Un pedazo de anime, la tapa de una cava que se rompió o la tabla que dejó un familiar es la forma en que cualquier niño de Anare se inicia en el surf. No es la manera perfecta o ideal, pero así es el acercamiento de sus habitantes con el deporte que les ha dado la fama de ser un pueblo surfista.
Cualquiera que visite Anare, podría entender por qué el surf es casi una predestinación. Allí la cancha es pequeña y se llena rápido. No hay casas culturales que planifiquen actividades y apenas hace unos meses se abrió una escuelita de tenis de mesa. Esa falta de espacios de entretenimiento se agudizó durante la pandemia. Al aro de básquet le quitaron la red y no se podía ir a la plaza, entonces lo obvio pasó: la libertad y la adrenalina la encontraron los niños al frente de sus casas, en un mar que tiene olas todo el año.

Para muchos jóvenes surfear fue un pasatiempo, pero un número importante se convirtió en parte de un semillero de surfistas que ya tiene sus primeros frutos: dos clasificados al Mundial de Juvenil de Surf 2022 (ISA World Junior Surfing Championship) que se hará en el Salvador entre el 27 de mayo y 5 de junio.
Sus nombres son Yandel Merentes y Carlos Lozada, y son parte de los más de 30 niños y adolescentes que entrenan día a día en esa pequeña playa con Anare Surf Club, un proyecto social deportivo que no solo busca enseñar técnicas del deporte, sino explotar el potencial turístico, ecológico y educativo del pueblo.
El camino para llegar a El Salvador ha sido complicado y en esta nota se cuenta la historia con las voces de sus protagonistas.
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Un confinamiento que terminó sobre las olas
El camino a la competencia no fue algo premeditado, sino que se fue dando con el tiempo y el entusiasmo. El punto de partida fue la pandemia, pues en el pueblo de Anare no se observó el encierro que la mayoría esperaba, sino que hubo una salida masiva de niños al mar con tablas rotas bajo el brazo.
Cuando se les preguntaba la razón de ir a la playa, casi todos respondían que querían distraerse porque ya estaban aburridos de estar en sus casas. Jesús, “El Portu”, Chacón, quien se mantuvo por 10 años en el ranking de surf latinoamericano, y Adriana “La China” Cano, subcampeona latinoamericana, cuentan que pasaban hasta seis horas en el agua y solo el cansancio los sacaba.
Pero entre el juego, Cano vio algo más: talento y potencial. Entonces, unió esfuerzos y creó Anare Surf Club.
“Tratamos de formar atletas integrales. Más allá de que tengas un resultado, una medalla, una mejora en la parte de práctica deportiva, hemos tratado de que trabajen dentro de los valores del olimpismo. Amor al medio ambiente, el servicio al prójimo, la solidaridad, el juego limpio, el rendimiento académico y el vocabulario”, dice Adriana.
Continúa: “Cuando empezamos el club, teníamos muchos problemas de groserías y agresiones verbales, malos comportamientos y todo eso lo hemos venido llevando con sanciones a los niños que, de una u otra manera, los han hecho mejorar. Cuando no cumplen con la escuela o las tareas, les ponemos sus sanciones. Ellos han venido dándose cuenta de que, cuando uno les quita las tablas, les duele porque lo que más aman es surfear”.